Un adiós nunca es agradable. Resulta triste, temido y extrañamente esperanzador. Blanca Varela tuvo que decir adiós muchas veces: a su salud, a Dios y a su hijo Lorenzo, víctima de un fatal accidente. "Yo no digo lisuras, pero ahora me gustaría decir: Carajo. ¿Ustedes dicen carajo? Quiero irme al quinto coño. No quiero despedirme de nadie, odio las despedidas". Y así, una de las voces poéticas más importantes de América, se fue esta semana sin decir adiós.
Su poesía, tan incierta y visceral como ella, fue alabada por grandes intelectuales y galardonada con importantes premios. Sin embargo, la arrogancia nunca fue cultivada por Blanca, quien prefirió el perfil bajo, la humildad y la sencillez de su hogar en Barranco, lejos del ojo público.
Su última aparición se registró el 31 de octubre del 2007, cuando el Parlamento la condecoró con la Medalla del Congreso de la República. En ese entonces, su salud ya estaba resquebrajada por una triste enfermedad cerebrovascular y posiblemente afectada por la mezquina enfermedad de Alzheimer.
Varela nos deja una gran obra poética, caracterizada por su melancolía, su silencioso arrebato y su sincera conmoción. Nos harás mucha falta.
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